domingo, 22 de septiembre de 2013

CAMINAR SOLOS



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No sé cuántas veces he hecho esta misma fotografía. Creo que cada vez que he visitado ese museo. Siempre y cuando me llevara la cámara de viaje, claro. Ahora con el móvil todo es más fácil. Ese chisme nos tiene atados a no-aquí, no-ahora constantemente. Y también facilita que hagamos fotos para no se sabe qué ni quién.

Me gusta esa sala en la que apenas está el caminante de Alberto  Giacometti y dos o tres obras más. Una de ellas de Francis Bacon quien, lo siento, no he conseguido disfrutar a lo largo de mis años. Ni siquiera después de leer un libro con conversaciones con él.

Pero los hombres alargados, de piernas infinitas, del suizo Giacometti sí los disfruto. Sobre todo, este hombre solitario, que parece que camina con paso firme a pesar de su extrema delgadez, que no fragilidad. Sus pies desproporcionados nos dicen que pisa fuerte.

Fuerte pero solo.
Al fondo, el enorme ventanal abierto al mundo. Al mundo, ese sí, infinito, al menos en apariencia. El agua, los árboles, el cielo. Todo al otro lado del cristal. Esa frontera que nos separa del resto de los hombres. Del resto de la tierra. Que nos protege en nuestra burbuja individual.
Pero es cristal, frágil por tanto, no lo olvidemos.

El hombre de hierro camina solo, a este lado. A nuestro lado.
En medio de su soledad.
De toda la suma de soledades.

Me gusta la sala, sí. Me gusta la escultura del caminante de Giacometti. Me gusta el pedazo de mundo que está detrás.
Un museo dentro y fuera.
El Lousiana Museum, en un rincón de Dinamarca, al norte de Copenhague.