viernes, 27 de septiembre de 2013

NAPOLEÓN Y UNA AUSENCIA


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Napoleón puede esperar está publicada por Pearson-Alhambra.


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Hoy se cumple un año desde que presenté en Zaragoza mi novela NAPOLÉON PUEDE ESPERAR. Fue en el Museo de Zaragoza, uno de mis lugares preferidos desde que era pequeña.
Y estuve muy bien acompañada por Miguel Beltrán, Carmen Arduña, Carlos Alba y Lupe Rodríguez.
Y por Carlos IV, al que tenía encima de mi cabeza. Nunca pensé que presentaría un libro debajo de un rey. ¡Qué cosas!

Mi única, hasta ahora, novela ambientada en Zaragoza. Es más, en mi barrio.
Es más, en mi casa y en lo que veo desde mis ventanas.
Tres cuadros de Goya que desaparecieron durante la Guerra de la Independencia. Tres cuadros que estaban en la iglesia de San Fernando.

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Pero que ya no están. Porque, o bien alguien los robó.
O bien fueron destruidos durante la guerra, convertidos en capas impermeables para los soldados, o en tiendas de campaña.
Hizo mucho frío aquel invierno de 1808.
Una historia que me fascinó desde que me enteré que allí, en mi barrio, en un lugar que veía todos los días, habían ocurrido cosas tremendas doscientos años atrás.
Porque debajo de los lugares que pisamos, en los lugares cuyo aire respiramos, hubo otras gentes que pisaron, respiraron, vivieron, murieron, y mataron.
Y eso a mí me provoca escalofríos.
Y también ganas de escribir novelas.
Gracias a los que compartisteis aquella tarde conmigo.

Desgraciadamente, ayer supe que una de las personas que estuvieron en el Museo hace un año, ya no volverá. Ella, que estuvo en la primera fila y que miraba con tanto cariño.
No podré recibir sus llamadas, ni podremos tomarnos un chocolate con churros en "Espumosos", ni recibiré sus sonrisas, sus palabras, su cariño. Nunca más. Ella fue mi primera profesora de literatura cuando yo tenía 12 años. En el Colegio Buen Pastor, en mi barrio, a cien metros escasos  de donde vivo ahora.
La reencontré con motivo de la publicación de mi primera novela, El medallón perdido, en 2001. La busqué y la encontré. Y pude decirle muchas veces todo lo que, sin ella saberlo, había hecho por mí, y por mi gusto por la literatura.
Fue hermoso tenerla cerca siempre. A través de los silencios y la distancia. Sin que ella lo sospechara siquiera. Alguien se acordaba de ella, de sus palabras, de su ánimo, del amor con el que nos contaba las aventuras de Ulises y de Aquiles.
Todo eso que guardo como uno de mis mejores tesoros.
Nunca la volveré a ver. No volverá a las presentaciones de mis futuras novelas.
Pero cada vez que escriba algo me acordaré de ella.
Y cada vez que me tome un chocolate con churros.
Descanse en paz mi querida profesora de Literatura del cole, Carmen Larena.